Salud Hidraulica
La Salud Hidráulica se puede definir como aquel estado de
un ecosistema en el que se dispone de la cantidad suficiente de agua y con la
suficiente calidad como para sustentar adecuadamente a la población de seres
vivos que de él depende.
En la hipótesis GAIA (1969), de James Lovelock, la atmósfera y la parte superficial del planeta se comportan como un todo
coherente donde la vida, su componente característico, se encarga de
autorregular sus condiciones esenciales tales como la temperatura, composición
química o la relación entre el agua dulce y salada. Si se tiene en
consideración esta, como sistema autorregulado, el planeta Tierra va a estar
mejor o peor de salud, dependiendo de la forma en que se comporten e
interaccionen los diferentes ecosistemas que sobre él subsisten y, muy
especialmente, los ecosistemas agrarios en los que los seres humanos tienen un
papel muy relevante. Ahora bien, ¿Qué papel tiene el agua para la Tierra? Y,
sobre todo, ¿Cómo afecta la disponibilidad y la calidad del agua a su buena
salud?.
En los ecosistemas agrarios el exceso o el déficit de
agua son relativos, dependiendo de las necesidades que tenga que satisfacer y
que, obviamente, van a ser distintas, dependiendo del “punto de vista” de la
población de seres vivos a la que afecta. Algunos ecosistemas agrarios han
coevolucionado durante mucho tiempo con los seres humanos y otros seres vivos,
aprovechando y cuidando el agua de una manera adecuada y sostenible. Es el
caso, por ejemplo, del sistema de dehesas en España, las estepas ganaderas de
Mongolia o el sistema de andenería que todavía está operativo en algunos países
iberoamericanos atravesados por la cordillera de los Andes. Otros ecosistemas
agrarios, sin embargo, han evolucionado de manera totalmente diferente, con una
fuerte intervención tecnológica que ha permitido mejorar la productividad y
calidad de los productos que proporciona el ecosistema, aunque a costa de
hacerlos menos sostenibles a corto, medio o largo plazo. En estos últimos,
además, la mejora de la tecnología de riego también ha permitido mejorar la
gestión del agua, aunque no siempre de forma aceptable y sustentable en el
tiempo.
El gran reto que, para la humanidad, supone la amenaza
del cambio climático, ha supuesto un mayor énfasis en la aplicación de nuevas
tecnologías (drones, equipos robotizados, cultivos transgénicos, …) que, tal
vez, nos permitan mejorar la productividad del ecosistema agrario y alimentar a
una población mundial creciente. ¿Podremos conseguirlo? Puede que sí o puede
que no. Lo que si es cierto es que no es posible diseñar un ecosistema agrario
sostenible sin un adecuado control y gestión del agua.
¿Cuándo sabemos que un ecosistema agrario tiene buena
salud hidráulica?. Cuando, según la definición que hemos situado al principio,
tengamos la cantidad suficiente de agua y con la suficiente calidad como para
satisfacer las necesidades de los seres vivos que viven en el ecosistema, entre
otros, los seres humanos. La mala salud hidráulica aparecerá cuando:
1) Hay
una cantidad insuficiente de agua, aunque tiene calidad suficiente.
2) Hay
una cantidad suficiente de agua, aunque es de mala calidad.
3) Hay
una cantidad insuficiente de agua y, también, es de mala calidad.
En el primer caso, estaríamos en la situación en que hay
un exceso de seres vivos que están intentando sobrevivir en un ecosistema
agrario que no tiene suficiente agua como para sostenerlos. Puede ser algo tan
sencillo como un exceso de ganado que destruye la cobertura vegetal, reduce la
capacidad de infiltración de agua en el suelo o erosiona los cauces de las
fuentes de agua o algo más complicado como puede ser un campo de refugiados que
presiona sobre los recursos de agua que se encuentran a su alrededor y que
necesita de la ayuda exterior para continuar en ese lugar. En ambos casos, a
corto plazo, la calidad del agua no tiene por qué empeorar, pero si es cierto
que la sobreexplotación del ecosistema agrario tiene, siempre, consecuencias a
medio y largo plazo, sobre todo en lo que respecta a la conservación de suelos
agrícolamente útiles.
En el segundo caso, la situación es la contraria. Hay
suficiente agua para sostener a los seres vivos, pero una parte de ella carece de
una calidad aceptable o es de mala calidad, por lo que no está disponible. Es
el caso, por ejemplo, en aquellos lugares donde el agua está contaminada por
desechos urbanos, agrarios o industriales. O también, el caso de una deficiente
regulación y control del agua cuando en las cuencas hidrológicas aparecen
problemas de erosión de suelos, inundaciones, tormentas, etc, siendo un agua
que pasa rápidamente por los lugares donde puede ser necesaria, pero que no va
a estar disponible en cualquier caso.
Finalmente, está la situación en la ni hay suficiente
agua, ni tiene suficiente calidad. Sería el caso, por ejemplo, de los
ecosistemas agrarios que sobreexplotan recursos hídricos superficiales o subterráneos
cuya calidad se va deteriorando progresivamente porque se producen intrusiones
salinas o contaminación con agroquímicos o residuos orgánicos. Históricamente,
ya ha sucedido en varias ocasiones. En lo que era la antigua Mesopotamia, en
los actuales Iraq y Siria, el espacio entre los ríos Éufrates y Tigris dio
lugar a prosperas civilizaciones agrarias con sistemas de riego que, con el
paso del tiempo, acabaron salinizando los suelos y destruyendo su aptitud para
el cultivo. Este hecho histórico es un claro ejemplo de como una mala gestión
del agua puede destruir un ecosistema agrario muy productivo.
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